Este 17 de diciembre se cumplen cinco años del anuncio del deshielo entre Cuba y Estados Unidos. Los entonces mandatarios Raúl Castro y Barack Obama iniciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas rotas desde 1961.
Cinco años después el ambiente entre ambos países está congelado nuevamente por los cambios en Cuba y el cambio de estrategia del actual presidente de EEUU, Donald Trump.
Este texto puede oírse en mi podcast Entre corchetes.
El 17 de diciembre de 2014 estaba volando de Madrid a La Habana para ver a mi familia cada dos años como hacía desde 2010 cuando dejé la isla.
En el avión iba acompañado de una abuela gallega que quería pasar el fin de año conociendo Cuba y de una dominicana que trabajaba para una hotelera. Ella iba por última vez porque en el hotel que gestionaba no había ni papel higiénico y estaban barajando otros países del Caribe.
Ninguno de los que íbamos en ese vuelo nos enteramos de la noticia del día y de 2014: el reinicio de las relaciones de Cuba y Estados Unidos.
Solo cuando llegué al Aeropuerto de La Habana fui consciente de lo que pasaba. Entre las pantallas de la televisión estatal y el murmullo de la gente se respiraba alegría, desconcierto, incertidumbre y esperanza.
Mi madre y mi familia me lo terminaron de confirmar. «Ahora sí esto va pa’lante», me dijo alguien.
Una vez en mi barrio de toda la vida, Playa Baracoa, los vecinos se sumaron al murmullo y las aspiraciones con el anuncio conjunto hecho por Obama y el segundo de los Castros en el poder.
Mientras en la televisión estatal y los medios oficiales rebajaban un poco la retórica contra Estados Unidos, mis vecinos se imaginaban mayor prosperidad, negocios directos entre ambos países a apenas 90 millas, barcos llegando a la Marina Hemingway y otros puertos cubanos.
Todo entonces eran posibilidades. Cinco años después la mayoría se troncharon y mis vecinos volvieron a preocuparse por el día a día.
El deshielo, que comenzó con el intercambio de los espías cubanos por el contratista estadounidense Alan Gross, fue a más entre medidas de Obama a favor de la dictadura como la eliminación de la política «pies secos, pies mojados» al dejar La Casa Blanca en 2017, la apertura de las embajadas en 2015 y la visita de la familia Obama en 2016, hasta que se paralizó y retrocedió cuando Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos.
Trump insistió durante su mandato en acabar con todo lo planteado por Obama y en ese camino los ciudadanos cubanos -tanto dentro como fuera de la isla- estamos siendo afectados.
Por su parte, el Gobierno de Cuba también se cargó el pragmatismo de Obama y volvió a su retórica habitual de culpar a Estados Unidos de todos los problemas en el país.
La dictadura lleva 60 años mirando más hacia afuera que a los problemas de sus ciudadanos, preparando una guerra que nunca llegó del todo e inculcando en los cubanos el miedo al capitalismo, vendando los ojos ante lo que pasa afuera, pese a que en los últimos años lo tienen más complicado por el acceso a Internet.
Cinco años después los barcos de Estados Unidos no van a Cuba, los vuelos a las provincias se prohibieron, las remesas fueron reducidas a 1.000 dólares cada tres meses y la embajada estadounidense en La Habana está trabajando al mínimo tras los supuestos «ataques sónicos», que han sido desmentidos por varios estudios científicos.
Cinco años después en Cuba siguen siendo perseguidos los ciudadanos no afines al régimen y que se atreven a pedir cambios, los derechos humanos continúan sin ser respetados por el gobierno del heredero de los Castros, Miguel Díaz-Canel, y la economía cubana está en uno de sus peores momentos: los cubanos padecen escasez de alimentos, de medicamentos, de combustible e incluso de agua.
Aunque desde los medios oficiales culpen a Estados Unidos y el embargo, el perfeccionamiento económico iniciado en 2013 y previsto hasta 2030 sigue sin dar grandes frutos, salvo varias actividades económicas liberadas para particulares, pero que el gobierno cubano insiste en regular hasta en los precios.
Desde Estados Unidos insisten también en apretar las tuercas al régimen de Cuba por sus constantes violaciones de derechos humanos y el apoyo a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela.
Ni el pragmatismo de Obama, ni la mano dura de Trump, en consonancia con los anteriores presidentes de EEUU, lograron cambios sustanciales en la isla.
Cinco años después los cubanos somos los más afectados por un enfrentamiento histórico que mantiene separadas a familias a ambos lados del Estrecho de la Florida y en otras fronteras.
Mi propia familia está dividida por 60 años de dictadura en Cuba y las decisiones tanto de Estados Unidos como del régimen. Mi hermano aguarda en Cuba una entrevista en él embajada americana para irse hacia Missouri con mis padres y mi hermano. Yo escribo desde España, a donde vine por la falta de futuro en mi país. Así hay otros muchos casos.
Han pasado cinco años del deshielo entre Estados Unidos y Cuba y los cubanos seguimos sin futuro.
Los pocos que se atreven dentro a pedir cambios en Cuba son tildados de pagados por Estados Unidos. Enfrentarse a la dictadura puede conllevar la cárcel como le pasó al periodista de Cubanet Roberto Jesús Quiñones, o el descrédito público como al líder de la Unión Patriótica de Cuba, José Daniel Ferrer.
Quienes lo hacen desde afuera, les prohíben entrar al país y también los desprestigian en redes sociales como hacen con Alex Otaola por su programa en Facebook.
Los cubanos seguimos sin contar para el Gobierno de Cuba ni para el de Estados Unidos, ni siquiera para los cubanoamericanos en Florida.
Cinco años después del deshielo queda mucho por hacer en Cuba y los cubanos mantenemos algo de esperanza porque es lo único que no nos han quitado en 60 años de dictadura y en apenas 5 de supuesto deshielo.